Sevilla es en este tiempo de Cuaresma la ciudad que se recompone y reafirma en su esencia de siempre, porque pasa el tiempo pero permanece eternamente la vida. La floración temprana del azahar vuelve a ser, un año más, el aldabonazo que abre las puertas a un nuevo ciclo vital. Su flor y aroma indescriptibles traen siempre el certero anuncio de todas las sensaciones y ensoñaciones que reviviremos, con el paso de los días y los meses. La ciudad vuelve a mostrarse bella en toda su plenitud, tal y como la heredamos. Tal y como queremos legarla a quienes nos siguen en el camino de la historia.

Sevilla es siempre su peculiar luz, que con el transcurso de las horas se va transformando en sucesivas luminosidades únicas e inconfundibles, sobrevivientes al paso de los meses y las estaciones. Esta inconmensurable luz creciente es ya preludio de pletórica primavera, verano deslumbrante de sol, otoño plácidamente iluminado e invierno pleno de destellos. Aquí la luminosidad meridional alumbra y propicia siempre la vida, impulsándola al espíritu de su gente y sus monumentos. La belleza de una ciudad radica en buena medida en su luz.

Sevilla es también el aire que todo lo acaricia y dulcifica, haciéndonos sentir la paz profunda de la existencia en plenitud de encanto. Es ese clima que contribuye tan decisivamente a que sus habitantes seamos como somos, quizás constante reflejo de las temperaturas apacibles. Acaso nuestra idiosincracia esté en el aire que respiramos. Sea cual sea el tiempo, la ciudad es siempre inmensamente hermosa gracias al cielo que la vivifica.

Sevilla es además un torbellino de colores que inunda de alegría las calles y fachadas más allá de los condicionantes urbanísticos, probablemente porque esas tonalidades viven en el interior de quienes poblamos este hábitat. Colores de todo un año plasmados en fotografías y postales, que etimológicamente fotografiar significa “dibujar con luz”. Aquí las instantáneas quedan impresas en el papel y en la memoria con la inigualable luz sevillana. El espíritu de la ciudad es una bellísima postal repleta de imágenes muy diversas que evocan peculiares tactos, gustos, olores y sonidos llenos de musicalidad.

Sevilla es por encima de todo etérea poesía en estado puro, imposible de plasmar en versos. El alma de esta ciudad es inaprensible, inabarcable y misteriosamente lírica. En sus calles, plazas y jardines se respira autentica poesía, que nadie es capaz de expresar en un romance definitivo. La ciudad es un bello poema inacabado e inacabable, porque aún no se ha logrado descifrar su alma bella y rigurosa, taciturna y festiva a la vez, eterna y efímera al mismo tiempo.

Sevilla es en cada momento un monumento inconmensurable a la vida y una realidad pletórica de sensaciones gratificantes, que elevan directamente el espíritu de quienes tenemos el privilegio de disfrutarla cualquier día y a cualquier hora. Cuando se perfila el tiempo de la inminente primavera la ciudad se nos muestra ya plena de gracia, envuelta en luz florecida, olores retornados, colores armónicamente resplandecientes, sensaciones inolvidables y sentimientos siempre emocionadamente revividos.

Ahora más que nunca este enclave urbano resulta indescriptible porque es pura poesía y mágica realidad, lleno de nostalgias que regresan cada nueva primavera, con la belleza de sus mujeres, el embrujo de las miradas ilusionadas de juventud y las risas desbordantes de los niños. Y Sevilla, concluyó el poeta ante el reto de describir su ciudad natal. Su nombre, sólo su nombre, que es inútil pretender decir más.

La cadencia de su topónimo suena sólo a ella, en esa bellísima voz que todo lo dice con su sublime sonoridad. A la postre esta ciudad es toda la poesía en un nombre. Todas las emociones en una palabra. Toda la belleza en una gloriosa nominación: Sevilla.

José Joaquín Gallardo es abogado