Alejandro Morilla tuvo la virtud de mostrar las vísceras de un toreo ajeno a las largas tardes de pegapases anodinos con el primer toro, un ejemplar de María del Carmen Camacho ganadería que sustituyó a última hora a la anunciada de Gavira- muy noble, aunque con muy poca fuerza. Sorprendió el portuense con unas formas muy emotivas y de mucha belleza, como ocurre siempre que se mezcla el valor y la verdad de lo bien hecho. Un toreo de pases ceñidos y ligados, de engaño adelantado en los cites, de trazos despaciosos y largos, y perfectamente rematados con cadencia y gusto. Toreó Morilla con la diestra con maneras muy clásicas y con un punto de sentimiento que de inmediato llegó a los tendidos, mientras que con la zurda bajó el tono de un trasteo que tuvo como epílogo unos circulares invertidos jaleados por un público que se le entregó tras la estocada. Oreja justa y bien ganada.
Con un el cuarto, un inválido que dejaron sin picar, anduvo el diestro local con enormes ganas de redondear su tarde de triunfo. La faena, con demasiada intermitencia dadas las características del toro, no llegó a puntuar con nota alta. Pero dejó Alejandro Morilla en el ruedo portuense un crucigrama de huellas de momentos bellos e interesantes. Muletazos a derecha con gusto e intentos al natural sin que el toro por la izquierda le pasara. Unas bernardinas muy ajustadas fueron el prólogo a la estocada de efecto rápido. Esta vez la oreja fue regalo de sus paisanos.
Imaginemos un torero que no torea. No es fácil. A primera vista parece un contrasentido. Pero no lo es. Alejandro Talavante es torero y tiene la función propia que es torear, pero no lo hizo... No lo hizo con el segundo, un toro muy flojo al que le costaba humillar y sin calidad ni emoción en sus embestidas. El pacense se mostró aburrido, dibujando pases hacia fuera con un toreo banal que finiquitó sin convicción con la espada
para ganarse a pulso algunos pitos del público. Sin embargo, quiso y toreó al quinto, un serio y noble animal de astifinos pitones, noble y con calidad suficiente en sus embestidas.
Y fue en ese momento del inicio del trasteo cuando Talavante empezó a torear con cuatro estatuarios con los pies clavados en la arena. Faena desordenada, impulsiva, con demasiados altibajos, desarrollada por ambos pitones, con momentos de buen toreo intercalado con otros de pases enganchados. Algunos de los muletazos zurdos, templados y prolongados, marcaron ese toreo de quietud y maneras encimistas que definen las formas del torero de Badajoz. Unas bernadinas ajustadas al final del trasteo animaron a la gente para pedir la oreja que el palco concedió, pese a matar de pinchazo, media estocada y descabello.
Lo mejor de Caro Gil fueron los lances a la verónica en el saludo al tercero. Buen toreo de capa con total entrega y muy sentido. Fue lo único, porque el torero de Jerez no está para mucho. A mayores dificultades menos mostraba su ambición para conseguir un posible triunfo aunque fuese a golpe de ganas y algunas dosis de valor, minimizado éste en ese detalle de mal gusto al tirarse literalmente al callejón cuando el sexto le apretaba para los adentros en los intentos de toreo de capa. Al rajado primer toro de su lote le anotamos algún que otro muletazo diestro de buen corte, y al sexto, mejor toro de como él lo vio, desistió de inmediato de hacer faena.
Lo que aún no esta nada claro es el por qué del cambio de ganadería por rechazo de siete de las nueves reses presentadas por los Herederos de Antonio Gavira. Ni tampoco que el desencajonamiento de los toros de María del Carmen Camacho se realizaran a la misma vez que se embarcaban para su vuelta a la dehesa la corrida rechazada: una hora antes del comienzo de espectáculo, cuando la Plaza Real del Puerto cuenta con dieciséis chiqueros. El nerviosismo cundió en los tendidos. No se sabía si los toreros anunciados harían el paseíllo
a la hora del comienzo del festejo. Nada está claro. Y tampoco se lo aclararon al público.
