Necrológica

MERCEDES CARRIZOSA ESQUIVEL
Sevilla 1950 — Sevilla 2025

La doctora de una gran familia

En nuestro círculo de conocimientos y amistades, siempre hay familias que a lo largo de los años adquieren una connotación especial, creándose lazos de auténtica fraternidad en los buenos y en los malos momentos. No son meras relaciones sociales ni de amistad, pues lo cierto es que, con el transcurso de la vida, esos nexos acaban convirtiéndose en verdadera familiaridad. Siempre son más afortunados quienes atesoran más quilates de hermandad.

Desde hace muchas décadas mantengo una relación de esa índole con la familia extensa de la doctora doña Mercedes Carrizosa Esquivel, que se nos ha ido el pasado 30 de noviembre a causa de una inesperada, breve e irremediable enfermedad. Tengo para mí que su condición de facultativa le hizo saber, desde el principio, que llegaba el final.

Era la cuarta de diez hermanos, hijos de un militar y una ama de casa de mediados del siglo pasado. Una típica familia numerosa de la España de entonces, en la que los progenitores se ocuparon de que sus vástagos aprendieran valores personales, principios de convivencia social y lograsen formación académica, obteniendo todos ellos titulación superior.

Recuerdo a los artífices de la familia Carrizosa Esquivel y su enorme calidad humana, imprescindible para sacar adelante y con bien a tantos hijos en tiempos muy difíciles. Aquella España de mediados del siglo XX y su buena gente ya se han extinguido, probablemente sin que les hayamos honrado como en justicia se merecían. Cuando el hachazo de la muerte te coloca ante la realidad última de la vida, surgen siempre deudas de gratitud no saldadas. Quede dicho en memoria de Ignacio y Ángela, pero también de todos los esforzados padres de familia numerosa de aquella época.

Ahora ha sido la muerte de Mercedes la que nos ha partido el alma a sus familiares, amigos y afectos, al igual que la fatal noticia dolerá a muchos de sus miles de pacientes de los centros de salud donde ejerció durante toda una vida como médica de familia, hasta su jubilación en el consultorio de la calle San Luis.

Era viuda del también doctor don Manuel Encarnación y hermana y madre de otras facultativas y sanitarias, lo que corrobora y explica esa profunda vocación a la que ha entregado su vida. Se le puede aplicar con propiedad la frase de William Osler: “El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”. Cuidó siempre con exquisita humanidad y profesionalidad a sus muchísimos pacientes, precisamente porque era una gran médica, respetada y querida como tal.

Cuando se han cerrado para siempre los bellísimos ojos azules de Mercedes, toca extraer conclusiones de la vida de esa mujer fuerte, servicial y ejemplar desde todas las perspectivas. Magnífica madre y abuela, tuvo claro que solo en Dios está la verdad y la vida. Por eso, a los setenta y cinco años de edad, tras ser hospitalizada de urgencia, comprendió que le llegaba el final en este mundo y que pronto habría de comparecer ante el Creador, con el valioso bagaje de una vida plena de entrega a los demás.

Quienes aquí nos quedamos sabemos que ha sido la doctora de referencia, constantemente dispuesta a atender y aconsejar a toda esa gran familia, que últimamente comprendía a sus tres hijos, nietos y la numerosa familia extensa, pero también a sus muchísimos pacientes y amistades, que a todos nos asistió siempre con desvelo.

Dios recompensará tantas buenas obras y mantendrá encendida en nosotros para siempre su preciosa mirada azul aguamarina, que no en vano ella ha sido modelo de bondad y de buen transitar por este mundo. En su dolorosa ausencia, solo sirve de bálsamo la creencia cierta de que Mercedes vive ya definitivamente en Dios.

José Joaquín Gallardo