Eligiendo a sus parejas, hay personas de felicidades y personas de seguridades. La diferencia entre ambas se nota a leguas. Las primeras son las que están enamoradas de verdad y llevan por eso mismo el vuelo del águila, porque todo amor auténtico se vive desde lo más alto; las segundas, son las que se han conformado con la simple protección o aseguramiento de unas cuantas cosas, entre ellas el dinero -que las mantengan-, y lo suyo es el rastreo del suelo, propio de ratones. Temiendo no tener donde caerse, han resuelto su vida por conveniencia: esto mismo, parecen haberse dicho.
Al final son dos formas bien distintas de hacer latir el corazón. Pueden caber los disimulos al principio, pero las malas imitaciones terminan siempre sonando por el carácter agrio, por el mal humor, es su equipo de voces, el amplificador de nuestras entrañas. El águila planea y el ratón soporta.
Las personas conformadas suelen ser personas amargadas. Es una ecuación que casi nunca falla. Se irritan con gran facilidad. Las apariencias pueden engañar a los demás, pero no a ellos mismos. Les arrebatan el buen humor. Es como si miraran la vida como se mira uno de esos pósters clásicos de playas del Pacífico, colgados de la pared de una habitación, pero sin tener realmente los pies sobre la arena blanca y caliente del Caribe. No es más que una ventana de papel sin aire que mueva una hoja. Y eso, más tarde o más temprano, los pulmones lo acusan y se rebelan contra el timo de la estampita del Caribe.
Ni unas vacaciones en Roma harían vibrar un corazón conformista. Porque conformarse en el amor es ya, de por sí, amar menos, mucho menos. Y hasta la Fontana de Trevi se daría cuenta de eso.