En unos días estaré en Madrid para presenciar el concierto del grupo británico One Direction, en el Vicente Calderón.
¿Pueden creerse que me emociono con sólo imaginarlo? Pues así es. Estoy intacto de nostalgias enfermizas o depresivas. Me siento como si fuera a acudir al estreno ahora de Los chicos con las chicas. Y ya ha llovido desde 1967. Lluvias y sequías, las dos cosas, que tantos años dan para mucho. Pero nunca me ha salido decir aquello de en mi época. La vida entera es mi época mientras no me muera. Aún no tengo la tierra encima, sino mis pies sobre ella.
Prueben a hacerlo quienes no lo hagan. Recuérdense donde quieran, pero no se pierdan uno solo de sus nuevos días. Asistan al estreno de cada mañana. Por muchos problemas que tengan, hagan posible una felicidad cuesta arriba. A veces es la más auténtica, la del que sabe cuánto vale un instante de gozo entre las manos hartas de labrarse el surco de una sonrisa.
Alguna vez he dicho que cargo con todo el equipaje de mi vida, pero que el mejor traje lo llevo puesto. Sin embargo lo soy todo, lo quiero ser todo, reclamo entero mi pasado y no permito al presente que me arrebate un solo debut que me corresponda, otro libro que leer, aprendizajes diferentes a las viejas lecciones, retos inéditos de mi propiedad. Que nadie se lleve lo mío. La edad no existe, ya lo ha dicho un octogenario que no para. Vivir es servirte incesantemente un café mañanero que lleva en el humo aroma de empeños, olor de ilusiones.
¡Qué bonitos años! Pertenezco a todo: Bravos y One Direction. Siempre con caminos de ida. Ahora toca Madrid. Es la historia de mi vida, como canta Harry, uno de esos cinco chicos.